
En la era digital, la tecnología atraviesa casi todos los aspectos de la vida cotidiana. Redes sociales, trámites, información, juegos en línea y acceso permanente a contenidos audiovisuales forman parte de la rutina.
Esta hiperconectividad, que promete entretenimiento, inmediatez y conexión, plantea desafíos en torno a la cantidad de estímulos que las pantallas generan y a sus efectos sobre la salud física, mental y emocional.
El uso de dispositivos tecnológicos se vuelve problemático cuando desplaza otras formas de disfrute y vinculación. La pérdida de interés por actividades al aire libre, la lectura o juegos sin intermediación de pantallas son una señal temprana de que la tecnología está dejando de ser una herramienta para convertirse en una dependencia. En esos casos, deja de estar al servicio de las personas para ocupar un lugar central en la organización del tiempo y las emociones.
Entre las señales de alerta más frecuentes se observan cambios de humor, irritabilidad, dificultades para concentrarse y alteraciones del sueño. También puede aparecer un descenso en el rendimiento escolar o laboral.
El exceso de tiempo frente a las pantallas impacta, además, en la calidad del descanso, la alimentación y los vínculos. Por su parte, las redes sociales tienden a aumentar la ansiedad, el aislamiento, el descontento, la sobreexposición de la imagen personal y la comparación constante con otras personas.
El uso de la tecnología tiene un doble estándar: puede ser fuente de conocimiento, creatividad y conexión, pero también puede generar dependencia y alterar la actividad mental. Tanto las pantallas de los dispositivos como sus contenidos estimulan circuitos cerebrales asociados a la gratificación inmediata.
Frente a este panorama, el desafío es adoptar un uso consciente y equilibrado. Establecer rutinas claras —definir horarios para conectarse, limitar su uso antes de dormir y priorizar momentos familiares como las comidas o la recreación— contribuyen a un mejor manejo del tiempo y del bienestar emocional.
También es importante compartir actividades deportivas, artísticas y recreativas con otras personas, si es posible al aire libre, estimulando la creatividad, la vida saludable y el intercambio cara a cara.
En el caso de las niñas, niños y adolescentes, resulta fundamental que las personas adultas se interesen y acompañen el uso de la tecnología. Conversar sobre los contenidos, por ejemplo, es una práctica que fortalece la confianza y permite un acompañamiento más consciente.
A su vez, desarrollar la autoconciencia permite reconocer cuándo el uso deja de ser saludable. Registrar cómo se siente el cuerpo después de pasar mucho tiempo frente a una pantalla —el cansancio, la tensión o la ansiedad— puede ser una señal clara de que es necesario recuperar el equilibrio entre el mundo digital y la experiencia real.
Te invitamos a leer más notas en el blog BienEstar. También te invitamos a seguirnos por Instagram y Facebook.