Cuando hablamos de fotoprotección nos referimos a un conjunto de medidas destinadas a reducir el daño generado por las radiaciones ultravioletas en la piel. El sol es la fuente principal de emisión de estas radiaciones que son invisibles para el ojo humano.
Existen tres tipos de radiaciones ultravioletas. Las de tipo A (UVA) son aquellas que penetran más profundamente en la piel. Las camas solares utilizan este tipo de radiaciones para broncear. Por su parte, las de tipo B (UVB) ejercen su efecto en la capa más superficial de la piel, la epidermis. Son las responsables de las quemaduras por exposición solar. Finalmente, las de tipo C (UVC) quedan, -en principio- retenidas en la capa de ozono.
Los seres humanos tenemos barreras naturales para protegernos de la agresión de estas radiaciones. El pelo, las uñas o la producción de melanina, que es un pigmento que condiciona nuestro color de piel. Sin embargo, muchas veces estos elementos defensivos no resultan suficientes. Se vuelve necesario contar con medidas adicionales que van más allá del uso de protectores solares.
Si bien la exposición a los rayos ultravioletas se da durante todo el año, la magnitud de la misma depende de la estación del año en la que nos encontremos. También influye la latitud del lugar, ya sea porque se encuentre más o menos cerca de la Línea del Ecuador. En este sentido, es recomendable mantener las medidas de fotoprotección de forma permanente.
Por otra parte, si estamos a mayor altura, en una montaña por ejemplo, la radiación es más cercana. A su vez, en algunos terrenos se produce una mayor exposición ya que parte de las radiaciones se reflejan, por ejemplo, en la arena, en el agua o en la nieve. Esto genera un doble impacto: la radiación directa y la de su reflejo.
Un dato relevante sobre los efectos que genera la radiación en nuestra piel es que se trata de un daño acumulativo. Cuanto mayor sea la exposición en el tiempo, mayor es la posibilidad de daño futuro. Muchas consecuencias cutáneas por la excesiva exposición pueden tardar varios años en aparecer.
La alta exposición puede generar lesiones agudas como quemaduras solares con ampollas o el enrojecimiento conocido como eritema solar. En este último caso, la piel se termina curando aunque, en el largo plazo, suele traer cambios en la pigmentación cutánea y fotoenvejecimiento. También puede provocar patología tumoral, incluido el melanoma.
La fotoprotección también incluye el intento de reducir el impacto de las radiaciones ultravioletas o la luz visible en otros tejidos. Por ejemplo, el uso de anteojos con filtro solar puede evitar el daño generado a las células de nuestra retina.
Asesoría en Epidemiología de OSDOP
Para conocer qué medidas tomar durante el verano para proteger la piel, te recomendamos leer la siguiente nota.